Argentina: Frentepopulismo morenista
Polemica de 1987 contra el frentepopulismo del MAS argentino.
De Spartacist Español numero 21, Octubre de 1988
Semana Santa, 1987: Oficiales militares argentinos se levantan exigiendo amnistía por las torturas, secuestros y asesinatos en masa que cometieron durante los seis años de su guerra sucia contra la izquierda y el movimiento obrero. Miles de furiosos argentinos rodean la base militar Campo de Mayo, en las afueras de Buenos Aires, demandando: milicos al paredón. Medio millón de personas concurren a la Plaza de Mayo frente al palacio presidencial, la Casa Rosada, en una gigantesca concentración para "defender la democracia" contra la intentona militar. ¿Habría golpe o insurrección? El presidente Raúl Alfonsín – mediante una combinación de demagogia exaltada y capitulación ante las demandas de los amotinados – ajustadamente sale del aprieto logrando que los oficiales suspendan el motín y que las masas regresen a casa.
Septiembre de 1987: Seis meses más tarde, la Unión Cívica Radical de Alfonsín es derrotada abrumadoramente en los comicios, perdiendo el control del Congreso y 20 de las 22 provincias. En el "castigo" que las masas infligen al gobierno por su política de austeridad hambreadora, su sumisión a los dictados de los banqueros del Fondo Monetario Internacional y su conciliación con los anteriores dictadores militares, la oposición peronista cosecha un gran triunfo. ¿Y ahora? Los trabajadores siguen gimiendo bajo el peso de una inflación de tres cifras junto con una aplastante deuda externa imperialista de 55 mil millones de dólares; el pago tan sólo de los réditos desangra la economía. Y ya se puede oír el retumbar de las botas. Los escuadrones terroristas de derecha han vuelto a la actividad, y poco después de las elecciones hay otras dos rebeliones militares.
La situación de crisis interminable por la que atraviesa Argentina exige a gritos una dirección revolucionaria que movilice al combativo movimiento obrero para barrer de una vez por todas a los militares de perenne vocación golpista, y a sus amos capitalistas. Sin embargo, lo que dice ser oposición de izquierda es una versión groseramente legalista y chauvinista de la socialdemocracia. El Movimiento al Socialismo (MAS) se autodenomina "el partido trotskista más grande del mundo". En las recientes elecciones el MAS duplicó sus votos en la región bonaerense. Pero este engendro del camaleón político Nahuel Moreno, que falleciera a principios de este año, se caracteriza por su zigzagueo constante – entrando y saliendo de bloques políticos con los peronistas y otras fuerzas burguesas. Lo que se necesita urgentemente en Argentina es un partido genuinamente trotskista, forjado en la lucha contra la colaboración de clases frentepopulista, para conducir el proletariado al poder.
Durante los siete años que siguieron al golpe de Videla de 1976, Argentina estuvo en las garras de una sanguinaria dictadura militar que masacró a unos 30.000 militantes "desaparecidos". Ante la humillante derrota del ejército en 1982 en la reaccionaria guerra de las Malvinas/Falklands entre los carniceros de la junta militar y la Gran Bretaña de la "Dama de Hierro" Thatcher, los generales decidieron que había llegado la hora de poner alto a sus pérdidas y ceder el poder. Los morenistas continúan hasta hoy día, como Reagan, saludando este suceso como una "revolución democrática" (Correo Internacional, mayo de 1987). De hecho la retirada de los militares a los cuarteles, tanto en Argentina como a lo largo de Sudamérica, tuvo como propósito "quemar" a los políticos civiles, cargándoles la cuenta del catastrófico impacto de la crisis de la deuda. Ahora los generales están a la espera, amenazando a los políticos civiles y de vez en cuando sondeando las posibilidades.
¡Vengar a las víctimas del terror de la junta!
En diciembre de 1986, Alfonsín buscaba poner fin a la agitada situación en las fuerzas armadas mediante un decreto de "punto final", dando un plazo máximo para el inicio de nuevos procesos contra los criminales de la "guerra sucia". Esta ley tuvo el efecto contrario, puesto que cientos de juicios fueron levantados contra notorios carniceros uniformados. En la intentona golpista de abril, los oficiales exigieron una amnistía total y la renuncia del jefe de estado mayor de las fuerzas armadas, a quien consideraban demasiado blando frente al "enemigo" civil. Cuando las masas tomaron las calles para enfrentar a los amotinados, el jefe "constitucionalista" de las fuerzas armadas advirtió sobre el peligro de una "pueblada" que llevaría a la "disolución del ejército". Alfonsín voló en helicóptero al Campo de Mayo para dialogar con los amotinados y regresó al balcón de la Casa Rosada para anunciar: "Compatriotas, ¡Felices Pascuas! Los hombres amotinados han depuesto su actitud... vuelvan a sus casas."
Los oficiales sediciosos, a quienes Alfonsín llamó "héroes de la guerra de las Malvinas", habían "desistido" porque el presidente cedió a sus demandas. Los procesamientos cesaron y el Congreso aprobó la ley de "obediencia debida", otorgando amnistía a todo militar que decía haber "seguido órdenes" – es decir, casi todos. De este modo fue liberado el infame torturador de la Escuela de Mecánica Naval, Capitán Alfredo Astiz, quien desde un avión había arrojado a una monja al Océano Atlántico. (Entretanto, Mario Firmenich, líder de los Montoneros – movimiento guerrillero peronista de izquierda – fue condenado a cadena perpetua, mientras que otros izquierdistas encarcelados bajo la junta militar continúan languideciendo en prisión.) Ahora los altos mandos militares están exigiendo una amnistía aun más explícita y una declaración formal de que su guerra sucia fue "positiva".
La ley de "obediencia debida" fue el resultado directo de la llamada Acta de Compromiso Democrático, firmada en plena rebelión militar, en la cual Alfonsín obtuvo el apoyo de la oposición peronista, la Unión Industrial Argentina (voceros del gran capital), la Sociedad Rural de los terratenientes, la federación sindical CGT... y el Partido Comunista pro-Moscú. Con este pacto los firmantes se comprometieron a apoyar el "normal desenvolvimiento de las instituciones del Estado" y sobre todo a hacer caso omiso de las atrocidades militares con la fórmula del "debido reconocimiento de los niveles de responsabilidad de las conductas y hechos del pasado". Las valientes Madres de la Plaza de Mayo, quienes se han manifestado durante años contra los asesinos de sus hijos e hijas, denunciaron el "pacto de la infamia".
Lejos de "detener" los intentos golpistas, el "triunfo" de abril de Alfonsín sólo aumentó el apetito por concesiones de los oficiales. Después de la rebelión de Semana Santa, hubo cuartelazos menores en algunas ciudades de provincia y una ola de ataques con bombas a lo largo del país. En junio, un dirigente del Partido Comunista fue hallado en un suburbio bonaerense muerto de un balazo en la cabeza. Dos semanas después de las elecciones del 6 de septiembre, un cuartel cercano a Buenos Aires se levantó contra la transferencia anticipada de un oficial que se había rehusado a acatar las órdenes de movilizar sus tropas contra la rebelión del Campo de Mayo. Acto seguido, hubo un provocador "ejercicio militar" no programado, en un arsenal de la capital. Y actualmente circula abiertamente en los cuarteles un video titulado "Operación Dignidad", en el que se glorifica al motín de Semana Santa.
Sin duda, mucho del apoyo al MAS morenista en las recientes elecciones – en la capital y la provincia de Buenos Aires derrotó a una planilla frentepopulista dirigida por el PC recibiendo 200.000 votos (cerca del 3 por ciento) contra 160.000 – fue resultado de su rechazo a firmar el Acta de Compromiso Democrático (como también se rehusó el menos numeroso Partido Obrero). Durante la enorme manifestación frente al palacio presidencial en la crisis de abril, el MAS se unió a las Madres de la Plaza de Mayo en una dramática retirada masiva cuando Alfonsín anunció que iba a negociar con los conspiradores militares. (El Partido Comunista también se retiró, pero volvió cuando Alfonsín – de regreso del Campo de Mayo – declaró su "victoria" traicionera.) Pero hasta ese momento el MAS estaba en un frente colaboracionista de clase con el PC, que firmó el "acta de rendición".
Morenistas: "En el campo de la dictadura"
En las elecciones de 1985, los morenistas formaron el Frente del Pueblo (FREPU) con los estalinistas y con algunas organizaciones burguesas de izquierda escindidas del movimiento peronista. Aunque los peronistas controlan la burocracia laboral, su movimiento es burgués hasta la médula – siguiendo las órdenes y después la tradición del caudillo militar general Perón. Como su nombre lo dice, el FREPU es un clásico frente popular de traición de clase tal como el que Trotsky denunció en España, el cual al atar las organizaciones obreras a la burguesía llevó a la derrota sangrienta en la Guerra Civil. El programa hueco y reformista del FREPU fue diseñado para encajar con la política de la oposición burguesa – llamando a una "moratoria" en lugar de a repudiar la deuda imperialista, y tan sólo por "la depuración y democratización de las FF.AA. y de seguridad."
Fuera de Argentina, los admiradores del morenismo pretenden que el MAS ha roto tajantemente con el capitulador PC. Así, el WRP (Workers Revolutionary Party – Partido Revolucionario de los Trabajadores) de Cliff Slaughter [en Inglaterra] informó que durante una manifestación por el Primero de Mayo en Buenos Aires, el vocero del MAS Luis "Zamora reservó su crítica más áspera para el Partido Comunista" por firmar el "acta de capitulación" (Workers Press, 16 de mayo de 1987). Sin embargo, en ese momento el MAS estaba llamando al PC "a unirnos en un frente electoral de izquierda", declarando que los estalinistas repentinamente se habían vuelto oponentes de la ley de "obediencia debida" (Solidaridad Socialista, 19 de mayo de 1987). Y tres días después de las recientes elecciones Zamora rogaba a sus antiguos socios de bloque para que reconstruyeran un "frente de izquierda" sobre la base del programa del disuelto FREPU (Clarín [Buenos Aires], 10 de septiembre de 1987).
Más aun, la propia política de los morenistas durante la Semana Santa tuvo muy poco de revolucionaria. En el momento más álgido del motín, el dirigente del MAS Zamora repitió el llamado por la "democratización de las Fuerzas Armadas" (Clarín, 18 de abril de 1987). En un artículo posterior sobre los "Cuatro días que conmovieron a la Argentina" (Correo Internacional, agosto de 1987), los morenistas explicaron que ésta era "una política para depurar a las Fuerzas Armadas y para impedir nuevos golpes de estado o sublevaciones..." ¡Qué fraude! En "La lección de España" (julio de 1936), Trotsky denunció el pernicioso mito reformista de que al depurar la oficialidad se podía limpiar al ejército burgués:
"El peligro no está en los bocazas y en los demagogos militares que se proclaman abiertamente fascistas; es infinitamente más amenzador el hecho de que el conjunto del cuerpo de los oficiales, cuando se acerca la revolución proletaria, se convierta en verdugo del proletariado. Eliminar del ejército a cuatrocientos o quinientos agitadores reaccionarios significa, en el fondo, dejarlo todo como en el pasado."
Y Trotsky se refería al ejército republicano español que entonces luchaba contra Franco. Tanto más el ejército argentino, sobre el cual uno de los asesores de Alfonsín concedió que "la distinción no es entre halcones y palomas, sino entre halcones y buitres" (San Francisco Examiner, 28 de abril de 1987).
Pero estas son nimiedades para el MAS. Estos reformistas tienen una sórdida historia de apoyo no muy encubierto a regímenes militares y bonapartistas. Luego del golpe de Videla en 1976, los morenistas pretendían que la dictadura "tampoco se inclina por la política de 'sangre y fuego' que preconizan los regímenes más duros del continente" (Cambio, 1-15 de mayo de 1976), describiendo a la junta como "la dictadura más democrática del Cono Sur" (La Yesca, mayo de 1976), e insistían en que el golpe no fue "una derrota histórica para el proletariado argentino" (Combate Socialista, 15 de octubre de 1976). Dos años después (Opción, julio de 1978), Moreno y Cía. denunciaban "una campaña montada en el exterior por la ultraizquierda" (el boicot a la Copa Mundial de fútbol en Buenos Aires) y sus "exageraciones e imprecisiones sobre la realidad represiva que padecemos" (V. "N. Moreno limpia botas de la junta militar argentina", Spartacist No. 12, febrero de 1983).
Cuando los generales argentinos se lanzaron en su aventura militar en las desoladas islas Malvinas/Falklands, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) de Moreno, predecesor del MAS, fue más allá de la postración nacionalista del resto de la izquierda ante la junta de Galtieri. Correo Internacional (abril de 1982) publicó un enorme titular proclamándose descaradamente "En el campo militar de la dictadura argentina". No es de extrañar que un dirigente del PST fuera invitado a una audiencia privada con un funcionario gubernamental de alto rango. Después de saludar esa sórdida guerra, lanzada para desviar las crecientes protestas obreras, Moreno declaró que había llegado la hora "de dejar de avanzar, como consigna inmediata la de: ¡Abajo la dictadura!" , ("Borrador de documento nacional del PST", 15 de septiembre de 1982, citado en Tribune Internationale, febrero de 1983).
Para colmo, Moreno procedió a disolver el PST en el MAS socialdemócrata, insistiendo que: "se trata de formar un frente o partido no revolucionario, reformista". Entretanto saludaba el "gran triunfo socialista" de Mitterrand en Francia (Opción, mayo de 1981) y rendía "homenaje" al "heroico" partido (pro-OTAN) del "compañero Felipe González" en España (MAS, 15 de septiembre y 18 de octubre de 1982). Después de la elección de Alfonsín en 1983, el MAS escribió que Argentina estaba en medio de un "proceso de revolución democrática". Y cuando en octubre de 1985 el "demócrata hambreador" declaró el estado de sitio contra la amenaza de un golpe militar, el MAS aplaudió sin ninguna vergüenza: "el estado de sitio es una medida que el MAS y todos los organismos defensores de los derechos humanos han venido solicitando desde hace tiempo" (Solidaridad Socialista, 24 de octubre de 1985 – citado en Prensa Obrera, 28 de octubre de 1985).
¡Forjar un auténtico partido trotskista!
Los morenistas y su Liga Internacional de los Trabajadores ostentan sus pretensiones "trotskistas" solamente para consumo internacional. En su terreno nacional, el MAS luce, habla y actúa como socialdemócrata, apenas menos descarado en su reformismo que los sumisos estalinistas argentinos que alabaron primero a la junta y ahora a Alfonsín. El empedernido maniobrero Moreno elaboró un método patentado para las "adquisiciones" reformistas. Su fusión sin principios con el socialdemócrata de poca monta Rubén Yisconti en 1982, en la cual ofreció un equipo de cuadros a cambio del registro electoral del MAS, fue una repetición de su fusión en 1971 con el ala del viejo Partido Socialista Argentino encabezada por Juan Carlos Coral. En ese entonces Moreno pretendía que el programa del partido era "95 por ciento trotskista"; esta vez no se preocuparon por un programa, admitiendo abiertamente que el MAS era "reformista".
En abril de 1987, los morenistas no firmaron el "Compromiso Democrático"; pero han firmado prácticamente todo pacto similar en los últimos 20 años. En 1974, el PST de Moreno y Coral, aliado entonces con el reformista SWP norteamericano de Joseph Hansen, causó un gran escándalo en el seudotrotskista Secretariado Unificado cuando firmó la infame "Declaración de los 8" apoyando al presidente Perón y al "proceso de institucionalización", mediante el cual Perón buscaba fortalecer los poderes bonapartistas del estado burgués. Poco después declararon que el PST "luchará por la continuidad de este gobierno" (peronista), al mismo tiempo que los peronistas empezaban la "guerra sucia" estableciendo los escuadrones de la muerte de la Alianza Anticomunista Argentina (V. "La verdad sobre Moreno", Spartacist No. 11, diciembre de 1982). Una década más tarde, Moreno y Cía. sentaron las bases de su Frente del Pueblo con el PC mediante la firma de una declaración "multipartidaria" para "defender y 'profundizar' la democracia" (Solidaridad Socialista, 3 de mayo de 1985).
Para los morenistas la política es como un malabarismo: saltar de un frente popular para entrar a otro; denunciar un régimen burgués para apoyar a otro; descartar una organización reformista para preparar una reencarnación posterior. Como documentamos en "La verdad sobre Moreno", la trayectoria zigzagueante de Moreno fue en realidad un seguidismo constante. Cuando el peronismo estaba de moda en la década de los años cincuenta y los primeros años de los sesenta, editaba Palabra Obrera como "órgano del peronismo obrero revolucionario", publicada "bajo la disciplina del Gral. Perón y del Consejo Superior Peronista". Después de una escapada guevarista, reculó de la lucha guerrillera real, para entrar en la socialdemocracia. En el exilio se puso una careta izquierdista; en 1979, Moreno se presentó como un supersandinista en Nicaragua, hasta que el FSLN expulsó a su Brigada Simón Bolívar. Ahora los morenistas han vuelto a la socialdemocracia, pero sin "compromisos democráticos" por temor a ser denunciados por las Madres de la Plaza de Mayo.
Para los obreros argentinos, romper con la política capitalista es literalmente una cuestión de vida o muerte. Mientras el sistema capitalista sobreviva, el cuerpo de oficiales burgués seguirá gestando la sangrienta represión militar. Actualmente, sectores claves del combativo proletariado de Argentina – uno de los países más industrializados del continente – están hartos del peronismo, un mecanismo burgués que sofoca a la clase obrera con la ayuda de la demagogia nacionalista y una venal burocracia sindical apoyada por matones profesionales. Mientras los traidores morenistas continúan haciendo su máximo esfuerzo para manchar la bandera del trotskismo en Argentina, es una necesidad urgente forjar un genuino partido trotskista para dirigir una revolución socialista, la única manera de acabar con el sangriento ciclo de "democracia hambreadora" y golpes militares.